Las ciudades más pobladas de Europa en 1854

Durante la primera mitad del siglo XIX, el continente europeo vivió un considerablemente aumento de su demografía rápidamente, con algunos países que prácticamente doblaron su población entre 1800 y 1850. El caso más destacado en este sentido es probablemente Gran Bretaña, donde la población pasó de 11 a 21 millones de habitantes en esas cinco décadas; aunque también otros países europeos tuvieron significativos crecimientos demográficos en el mismo período de tiempo, como Alemania (de 24,5 a 32 millones), Francia (de 27 a 36,5 millones) o España (de 11,5 a 15,5 millones). 

En las siguientes décadas del siglo XIX (y llegando en realidad hasta la actualidad), la población de Europa no ha dejado de aumentar, a pesar de que entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, un porcentaje significativo de europeos emigraron al continente americano en busca de nuevas oportunidades y una vida mejor. Una histórica migración masiva conocida como la gran emigración europea

Este crecimiento demográfico en Europa durante el siglo XIX se suele explicar habitualmente debido a la Revolución Industrial. Este proceso de transformación económica y social se inició en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, poco después se extendió por todo el continente europeo, y una de sus consecuencias fue un éxodo masivo de trabajadores del campo a las ciudades. 

Este hecho queda perfectamente reflejado en esta curiosa tabla, extraída de una publicación de la época, la cual nos muestra las 100 ciudades más pobladas de Europa en 1854. En ella se pueden encontrar además datos bastantes curiosos, con ciudades que ya entonces contaban con una gran población, como Londres (2,3 millones de habitantes) o París (un millón de habitantes), mientras que otras grandes capitales europeas eran ampliamente superadas en población por muchas otras ciudades.

Por ejemplo, el Madrid de mediados del siglo XIX ocupa el puesto 12º de la tabla con 260.000 habitantes, superada en población por ciudades como Viena, Nápoles, Liverpool o Glasgow. Otras importantes capitales como Atenas apenas llegaban a los 30.000 habitantes, ocupando los últimos puestos de la lista de ciudades europeas con más población, por detrás de otras como Zaragoza, Cádiz o Málaga.

Las ciudades más pobladas de Europa en 1854

Harry Gardiner, la mosca humana

A principios del siglo XX, la arquitectura y el urbanismo de muchas ciudades de todo el mundo, comenzaron a experimentar cambios significativos con la construcción de los primeros rascacielos, particularmente en lugares como Nueva York y otras grandes ciudades de Estados Unidos, así como también en las grandes capitales europeas. 

Harry Gardiner, la mosca humana
Los rascacielos no solo transformaron paulatinamente los paisajes urbanos, sino que además dieron lugar a curiosos fenómenos. En las primeras décadas del siglo XX, surgieron unos intrépidos aventureros conocidos como "hombres mosca" o "moscas humanas" (Human Fly), cuyo espectáculo consistía en escalar rascacielos y gigantescos edificios sin ayuda de cuerdas, arneses ni ninguna otra medida de seguridad. 

Y entre los escaladores de edificios más populares de aquellos años (una técnica conocida como Buildering), el más conocido de todos fue sin duda Harry Gardiner, quien se ganó el apodo de "la mosca humana" tras escalar durante su vida más de 700 edificios en Europa y Estados Unidos, dando además el nombre con el que se conocería posteriormente este peculiar fenómeno. 

Estas moscas humanas comenzaron a aparecer en Estados Unidos a partir de 1905, con Harry Gardiner como un auténtico pionero en este sentido, ya que fue el año en el que escaló su primer edificio. Por lo general, se trataba de aventureros que escalaban rascacielos con sus propias manos y sin ayuda, aunque algunos de ellos usaban en ocasiones una especie de guante de succión especiales que les servían como apoyo tanto para la escalada como para descender posteriormente del edificio. 

Si bien muchas de estas moscas humanas simplemente buscaban la fama, escalar rascacielos o simbólicos edificios particularmente altos, también era un negocio muy lucrativo. Las empresas solían patrocinar al escalador o pagaban buenas sumas de dinero para que sus productos se anunciaran ante el público que observaba asombrado el espectáculo, particularmente bancos y compañías de seguros de vida, o incluso para promocionar películas durante la década de 1920.

La mosca humana escalando una torre de Vancouver en 1918
El cine de la época se ocupó además de reflejar esta profesión de riesgo en numerosas películas, con el film El hombre mosca (Safety Last!), protagonizada por Harold Lloyd en 1923, como la más representativa de todas ellas gracias a su famosa escena en la que Lloyd queda colgado a una gran altura de las manecillas de un reloj que cuelga del exterior de un rascacielos. 

Nacido en Nueva York en 1871, Harry Gardiner trabajó durante su vida como ilusionista, actor y especialista de escenas arriesgadas para el cine, pero sería su inusual carrera como escalador solista integral (escalada en solitario libre) lo que le llevaría a ser mundialmente famoso.

Tras escalar su primer gran edificio en 1905, Gardiner comenzó rápidamente a levantar el interés de un público ansioso por ver sus nuevas hazañas, de manera que era habitual que cada vez que se anunciaba una nueva escalada de "la mosca humana", miles de personas se congregaran en la calle para ver sus ascensos. Como hombre del espectáculo, Gardiner conocía bien lo que quería el público, realizando en ocasiones también acrobacias o posturas inverosímiles durante las escaladas con el objetivo de tener a la gente en vilo y atemorizada por si se precipitaba al vacío.

Harry Gardiner se destacó además por realizar las escaladas en los rascacielos vestido con ropa de calle y sin utilizar ningún equipo especial que le ayudara en el ascenso. En un artículo que la revista Mucle Builder publicó a principios del siglo XX sobre el aventurero, Gardiner comentó que más de 100 personas ya habían muerto intentando imitar sus hazañas. Tal y como sentenció además en la entrevista: «No hay posibilidad de ensayar tu actuación».

Una de las escaladas más memorables de la Mosca Humana se produjo el 9 de junio de 1916, cuando más de 30.000 espectadores se reunieron para verle escalar los 75 metros de altura del edificio Omaha World-Herald. Ese mismo año, el 7 de octubre, el diario Detroit News le contrató para escalar el edificio de 14 plantas que el periódico había adquirido como nueva sede para sus oficinas, el histórico Majestic Building. El evento fue tan mediático que algunas fuentes de la época reportaron que el escalador había congregado más de 100.000 personas para ver en directo su escalada. 

Harry Gardiner escalando el edificio Omaha World-Herald en 1916
Durante los siguientes años, Harry Gardiner escaló otros históricos edificios y rascacielos que le siguieron reportando una gran fama, como el Empire Building de Birmingham (Alabama) de 16 pisos; el World Building (actualmente edificio Sun Tower) de 17 pisos situado en Vancouver (Canadá); o la sede principal del Banco Hamilton en Ontario (Canadá), que realizó en noviembre de 1918 para celebrar el final de la Primera Guerra Mundial. 

Las últimas escaladas documentadas de Gardiner se produjeron a principios de 1927, acumulando en total más de 700 escaladas con éxito de edificios y rascacielos durante toda su carrera, principalmente en Estados Unidos. Por aquella época, había trasladado ya su espectáculo a Europa debido a que en Nueva York se promulgó una ley que prohibía escalar la fachada de cualquier edificio. 

Sin embargo, a partir de entonces se pierde su rastro completamente y su repentina desaparición está rodeada de misterio. En 1933 se encontró en París, al pie de la Torre Eiffel, el cuerpo de un hombre muerto que coincidía con la descripción de Harry Gardiner, y que por las condiciones del cadáver, parecía haberse caído desde una gran altura

Nunca llegó a confirmarse si se trataba en realidad del cuerpo de Gardiner o de algún turista que se había precipitado al vacío desde el monumento más emblemático de París. Otras fuentes sitúan la fecha de su muerte en julio de 1956 en Washington D.C., pero también hay ciertas dudas sobre la fiabilidad de esta información. Lo cierto es que el destino de Harry Gardiner, el auténtico hombre mosca, sigue siendo un misterio. 

El aventurero Harry Gardiner en los periódicos de la época

La mosca humana Harry Gardiner realizando acrobacias durante una escalada

Cuando las máquinas de pinball fueron prohibidas en Estados Unidos

El origen de las máquinas de pinball, al menos tal y como las conocemos hoy en día, se sitúa habitualmente en la década de 1930, poco antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, las raíces de los pinballs se remontan mucho más atrás en el tiempo. 

Prohibición de las máquinas de Pinball en Estados Unidos
Ya en los siglos XVII y XVIII, la gente solía disfrutar de diversos juegos al aire libre donde una bolita era el elemento primordial, como el croquet o la petanca, pero con el tiempo buscaron formas de llevar este tipo de juegos a espacios interiores para que se pudieran jugar en una mesa o en el suelo de un pub, surgiendo así otros juegos como el billar o los bolos. 

Durante más de cien años. estos juegos evolucionaron y se hicieron más pequeños hasta convertirse en juegos de mesa con tableros llenos de clavos o piezas de metal (también llamados "alfileres" por su nombre "pins" en inglés) que rodeaban varios agujeros por los que se disparaban o rebotaban pequeñas canicas. En 1869, Montague Redgrave, un inventor británico, se mudó a Estados Unidos y comenzó a fabricar estas mesas llamadas "Bagatelle", como se las conocía en la época. Sólo dos años después, creó el lanzador mediante resorte para los juegos y así nació la moderna máquina de pinball.

Estos primigenios pinballs continuaron, prácticamente sin cambios, hasta 1931, cuando pasaron a funcionar con monedas. Los jugadores se solían dirigir a la taberna local donde, por un centavo, les daban de cinco a siete bolas, que eran lanzadas por el émbolo con resorte inventado por Redgrave. Se trataba en realidad de un juego muy básico donde el jugador estaba a merced del azar en función de los movimientos y rebotes de la canica. 

El tablero del juego consistía simplemente en una base de madera bajo un cristal, con varios "pins" y agujeros distribuidos aleatoriamente. No había manera, excepto inclinando la mesa, de controlar hacia dónde se iba a dirigir la pelota. En 1933, se introdujo por primera vez la máquina de pinball eléctrica, que incluía ya luces intermitentes, parachoques activos y un solenoide que impulsaba la bola hacia arriba y fuera del agujero en el centro del tablero si aterrizaba allí en su trayectoria. No sería hasta 1947 cuando se agregaron las famosas paletas o flippers a las máquinas de pinball con el objetivo de mantener la pelota en juego durante más más tiempo.

Destrucción de los pinball durante su prohibición en Estados Unidos
Así, las máquinas de pinball comenzaron a hacerse muy populares entre el público estadounidense durante los años 40, surgiendo empresas especializadas en fabricar y distribuir este tipo de máquinas de pinball electromecánicas, como Gottlieb o Williams Manufacturing. Todo parecía ir viento en popa para esta industria emergente dedicada al ocio, pero poco después surgió un importante contratiempo cuando varias ciudades de Estados Unidos decidieron prohibir las máquinas de pinball.  

Quizás la persona en Estados Unidos más comprometida con la prohibición de los pinballs fue el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia, argumentando para tomar esta decisión que los juegos de pinball estaban "robando" el dinero a los niños, asegurando que preferían gastar el dinero en jugar a las máquinas en lugar de comprarse el almuerzo. LaGuardia también sostenía que los salones de pinball eran negocios controlados por la mafia y los gánsteres. Lo cierto es que en este sentido tenía parte de razón, ya que la llamada mafia estaba involucrada en el negocio de todo tipo de juegos de arcade que comenzaron a aparecer a partir de la Gran Depresión.

Como resultado de la prohibición de la máquinas de pinball en la ciudad de Nueva York, el alcalde LaGuardia ordenó al departamento de policía realizara redadas en los locales donde había sospechas de que se jugaba al pinball. Un tipo de redadas con una gran similitud a las que el país había experimentado unas décadas con la prohibición de consumir alcohol durante la época de la Ley Seca.  

LaGuardia ordenó a la policía que reuniera las máquinas de pinball que encontraran por toda la ciudad y arrestara a sus dueños, incautándose durante los registros policiales miles de máquinas. Cientos de propietarios de estos pinballs terminaron arrestados, algunos de ellos incluso cumpliendo penas de cárcel. Las máquinas incautadas terminaron destrozadas con mazos y martillos, y muchos de los restos acabaron arrojados a algunos de los ríos del área metropolitana de la ciudad de Nueva York.

Con la llegada de las prohibiciones del pinball en otras ciudades del país, tanto las propias máquinas como los jugadores pasaron a la clandestinidad. En Nueva York, las máquinas de pinball terminaron trasladándose a sórdidos locales como sex shops o bares nocturnos de dudosa reputación, particularmente en barrios como Harlem y East Village. Locales que se convirtieron básicamente en bares clandestinos de pinball tras la prohibición.

Restos de las máquinas de pinball tras ser destruidas
Si bien algunas personas, como el alcalde de Nueva York, consideraban que el pinball causaba un efecto negativo en la sociedad que había que perseguir, curiosamente no fue hasta que estas máquinas de juegos acabaron en sex shops y otros locales similares cuando parte de la sociedad las comenzó a ver como algo inmoral o un vicio a erradicar. 

El fin de la prohibición de las máquinas de pinball en Nueva York llegó finalmente en 1976. Roger Sharpe, editor de la revista GQ por entonces, y jugador profesional de pinball decidió hacer una demostración frente a varios funcionarios gubernamentales, para demostrar que el pinball era un juego de habilidad y no de azar, y por tanto no debía ser tratado ni regularse de la misma forma que las apuestas. 

Al parecer la demostración de juego de Roger no comenzó demasiado bien, pero pudo jugar una partida en la que fue comentando con precisión la trayectoria que recorrería la bola tras el disparo inicial o después de ser golpeada con los flippers para llevarla hacia donde él quería. Su partida de demostración funcionó y el gobierno de la ciudad acabó votando por unanimidad levantar la prohibición al pinball. 

Tras Nueva York, muchas otras ciudades de Estados Unidos siguieron su ejemplo y también eliminaron la prohibición, aunque curiosamente algunas ciudades del país mantienen aún hoy en día esta ley en sus ordenanzas municipales, si bien no hay constancia de que se haya vuelto a aplicar. 

Las máquinas de pinball volvieron a la salas de Arcade durante la década de 1970 y rápidamente volvieron a experimentar una gran acogida entre el público. Esta época de éxito para los pinball sin embargo no duraría mucho, ya que poco a poco comenzaron a ser sustituidas las máquinas en muchos locales por una nueva forma de entretenimiento mucho más rentable y masiva, debido a la llegada de la década dorada de los videojuegos en los 80

Fotografía de la prohibición de las máquinas de Pinball en Estados Unidos